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El hospital Clínic clama por la falta de espacio, que pone en riesgo una medicina puntera
La falta de espacio y de perspectivas para una nueva ubicación ponen en riesgo la excelencia
La circulación del personal por pasillos que sirven de almacén, de despacho, de zona de entrenamiento rehabilitador, de sala de espera o de aparcacamillas –con enfermo incluido hasta que se desaloje otro espacio– requiere cierta gracia. Casi nadie se choca, todos se mueven con armonía y amabilidad, como un cruce bailando sevillanas.“Estamos adaptados”, es la frase que repiten en trauma, en farmacia, en microbiología o en urgencias.
En el Clínic hace años que no se cabe. A lo largo de sus 113 años de historia han multiplicado como un milagro de los panes y los peces los metros cuadrados a base de cortar plantas por la mitad para sacar dos, edificar en medio del claustro, colocar prefabricados en los rincones más o menos libres aun cegando los ventanales y enviando a calles cercanas consultas, oficinas...
Un gran hospital estrangulado
“Llevo años recorriendo el hospital por mi enfermedad crónica y puedo asegurar que no hay un milímetro desaprovechado”, resume el periodista Josep Maria Martí, exdirector de la Ser en Catalunya y miembro desde hace dos años del consejo de usuarios y pacientes que asesora al hospital. “No caben”.
“Un tratamiento magnífico, pero se percibe un gran agobio. Todo está muy junto. Para los pacientes y para los profesionales. Cuando visito a mi médico, una eminencia en hematología, le veo en un espacio minúsculo en el que hay que mover la silla para entrar y para salir si quieres abrir la puerta. Necesitan expandirse para no malograr su labor. Siempre están a la cabeza de investigaciones, ensayos, nuevos tratamientos, nueva tecnología, pero esta restricción física amenaza su futuro”, explica Antón Costas, economista y actual presidente de la fundación Cercle d’Economia y también miembro del consejo de usuarios y pacientes del hospital.
Inaugurado en 1906
Los profesionales reclaman un nuevo edificio adaptado a la medicina que practican
El comité de Delegats Mèdics cree que su tarea asistencial, docente y de investigación está gravemente limitada por la restricción del espacio y así lo ha hecho llegar a la dirección en una carta en la que manifiestan su apoyo a la búsqueda urgente de espacios para ampliar el hospital ya. Porque no caben.
Llevan años hablándolo. Décadas de sucesivos planes que no han progresado, como el edificio de bomberos del otro lado de la calle que sigue en barbecho y sin futuro. Debajo pasa el AVE.
Ahora el hospital se siente absolutamente al límite de sus posibilidades: desde todas las instancias reclaman una solución física. Un lugar donde levantar un nuevo edificio dimensionado con parámetros de este siglo. Y advierten que hay que contar que cualquier proyecto de este tipo tiene diez años por delante para hacerse realidad. Y si no empiezan ya, cuando se cumpla el plazo el Clínic ya no podrá ser emblema de una medicina puntera y en evolución. Estarán estrangulados.
Desde el Departament de Salut aseguran que este año será clave para definir el futuro del hospital, que la opción mejor sería su traslado a una manzana más allá, en el recinto de la Escola Industrial, dependiente de la Diputación, “pero no se descartan otras alternativas”, dicen oficialmente en Salut.
Agobiados
La nueva tecnología no cabe en los quirófanos; alrededor de las camas quedan centímetros
Prácticamente todos los grandes hospitales de Catalunya se han puesto al día físicamente en los últimos 20 años, “menos nosotros”, apunta Ferran Masanés, presi-dente del comité de delegados
médicos.
médicos.
“Hay ascensores que no podemos usar con pacientes críticos porque solo cabe exactamente una camilla y un camillero. ¿Cómo lo remontamos si se para?”, plantea Miquel Sanz, presidente del comité de delegados de enfermería. “Lo mismo en las habitaciones. Para maniobrar sobre el enfermo tenemos que sacar primero la mesilla y a veces al otro enfermo que comparte cuarto. No caben los profesionales ni los aparatos. Y para mover a los pacientes, acabas tirando de tu espalda. No cabe la grúa”.
Algo parecido pasa con la tecnología. Ferran Masanés explica cómo en los quirófanos los equipamientos más avanzados crecen en capacidades y en tamaño, y como el espacio es el mismo, no cabe todo. Hay que dejar fuera piezas que entran y salen. “O en urgencias, donde los pacientes y sus acompañantes se tocan literalmente si se sientan a la vez en el box, pensado para un paciente y siempre ocupado por dos. Si ellos se tocan, imagina lo que es atenderles”.
No hay muchas quejas, aseguran, “porque se suple con un sobreesfuerzo de los profesionales”, defienden. En el pasillo que enlaza el edificio vertical de urgencias –instalado en una esquina del claustro hace 37 años– con un prefabricado –provisional desde hace muchos años– para atender a los pacientes que quedan en observación, las camillas van colocándose ordenadamente. El paciente espera a veces horas, con todas sus necesidades incluidas. Un cartelito sobre cada camilla recuerda que hay que respetar su intimidad. En los ordenadores del control se apiñan los profesionales introduciendo y analizando datos para que la atención no se demore ni un minuto más de lo imprescindible. Les separan unos palmos de las cortinas de los pacientes.
Parte de los servicios del hospital están repartidos por la Maternidad (ginecología y oftalmología), por otros centros (una planta en la Platón y acuerdos con Sagrat Cor), o la rehabilitación y consultas externas (enfrente en la calle Casanova/Rosselló).
“Empezaremos obras pronto en esta planta”, explica Maribel Baños, coordinadora de Trauma. Es la sala más anticuada, donde cada dos habitaciones comparten baño. Las nuevas serán más dignas, pero del mismo tamaño. “Un tetris”, resume. Aprovechan la escalera para entrenar antes de la operación de rodilla (500 al año). El tratamiento, la preparación, la recuperación, los resultados, impecables. El espacio, no. Los médicos usan despacho de seis en seis. Las aulas de formación “nos las prestan”.
En Microbiología (referente para trasplantes o enfermedades infecciosas) la maquinaria más sofisticada y moderna forma una apretada fila en un pasillo donde a veces es difícil refrigerar. La palabra que más se oye es “perdón, paso”.
La estrechez incluso compromete nuevos recursos que ofrecen potenciales mecenas. “No sabemos dónde ponerlos”. Josep Maria Campistol, su director general, reconoce que invierten mucho talento y esfuerzo en ese tetris en el que cada día se mueven miles de personas, casi un millón de pacientes al año. “Nos está limitando el conocimiento y el modo de hacer las cosas”.